Jubilado.
Estás en casa. En la cocina. Tu mujer y esposa, o sea, la
que manda te pide que saques el bote de tomate que está en el frigorífico. Como
te conoces, te pones en guardia. Intentas concentrarte y te dices: a ver
Luciano, tranquilo y pon atención que esta orden es fácil. Abres eufórico la
puerta del “frigo” convencido de que vas a salir airoso. Y que sucede? Que la
lata de tomate no está. Y preguntas: cariño, seguro que hay tomate verdad? No
te contesta pero al ver su mirada echas el resto de concentración que te queda.
Miras, remiras y vuelves a mirar y nada, que el dichoso bote de tomate no está.
La cosa se empieza a complicar y entre dudas y alguna blasfemia piensas y te
dices: para mí que el bote sabe que venía yo a buscarlo y se ha escondido. Se
ha dicho ¡que viene el “pardillo” con el recado de su mujer!. Y ha
desaparecido. La que manda, que está ya intuyendo que no, que no le vas a
llevar el tomate dice: déjalo, ya lo cojo yo. Y para mí que el bote de tomate
la ha oído y se dice ¡que viene ella! Y va y se coloca en primera fila. Llega,
mira, lo ve, lo coge, te lo enseña, te lo refriega por la cara y te suelta:
esto que tiene forma redonda, de color rojo, con tapa y etiqueta, esto es un
bote de tomate y está tan a la vista que se sale sólo del “frigo” y si llega a
ser un perro te muerde. A ti se te queda una cara de tonto que te vas arrugando
y encogiendo más que una pasa en Semana Santa. Miras al frigorífico
apesadumbrado, con rencor y con odio y le hablas diciéndole: y pensar que fui
yo el que te trajo a esta casa con todo el cariño. Que hasta te elegí entre
todos tus competidores y así me lo pagas: puteándome. Así que en ese mismo
instante decides que en lo sucesivo cuando te pidan algo del “frigo” siempre
responderás “sí cariño pero cógelo tú misma que el médico me ha diagnosticado
Alergia al Frío. (Por cierto que desde ese día dejé de comer tomate en bote)
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luciano
¿ARMARIOS ?
Un cálculo así por encima y me salen cinco armarios roperos
en mi casa, sin contar los de la cocina y el comedor porque esos no son
roperos. Otro cálculo, este más fácil, me dice que en mi casa vivimos mi mujer
y yo, o sea, dos personas. El tercer cálculo me demuestra que tocamos
aproximadamente a dos armarios roperos y medio por cada cuerpo y cabeza. (Tengo
que reconocer que no soy demasiado presumido y puedo afirmar ante quién lo
solicite que mis enseres, ropajes, calzados y algún elemento más vienen a
ocupar un armario ropero – el más pequeño-). Otro cálculo, este de restar, me
confirma que quedan otros cuatro armarios roperos. En teoría pudiera parecer
que estemos sobrados de guardalotodo, que los armarios estuvieran con poca
ocupación, holgados, medio vacíos, como un poco aburridos pero “quiá”, eso es
en teoría. En la práctica real cuando vas a abrir uno cualquiera de ellos, te
pones en prevención. En modo “repeler un ataque enemigo”. Tienes que utilizar
una mano para abrir la puerta y la otra para sujetar lo que se te puede venir
encima. Una caja de zapatos, uno de los más de quince álbumes de fotos que hay,
las maletas de los hijos que se fueron hace doce años, los libros que les
sobraron del “cole”, pero sobretodo las ropas que dejaron colgando en los
percheros que parecen como si estuvieran esperando a que vuelvan. Mantas,
toallas, bolsos, juguetes que fueron. Y finalmente el gran arsenal: el calzado.
He conocido alguna zapatería que tiene menos en exposición que en
uno de nuestros armarios. La cuestión es que te planteas debatir el asunto para
desprenderte de algunos sobrantes y dejar que respiren un poco, pero “ amigo”,
ahí es donde te das cuenta de que tú estarás viviendo en esa casa pero en
asuntos de organización de armarios, tú no existes, no tienes arte ni parte, o
sea, que “no pintas nada”. Desde cuando te has preocupado tú de la casa? De lo
que hay o deja de haber en los armarios? Si tú antes de jubilarte tenías
problemas hasta para saber de qué color era la pared del baño o para saber si
se habían cambiado las sábanas. Tengo dudas hasta que supieras que color tenían
los roperos. Después de este repaso pones cara de mustio, te encoges de hombros
y terminas pensando: Si en el fondo tiene razón. Quién me manda a mí meterme
con los dichosos armarios. Si están rebosantes, apretados o como quiera que
estén pues déjalos estar. Ahora mi obligación es darme cuenta del color de las
sábanas, si se han cambiado, si hace falta poner la manta de verano o la de
invierno y sobre todo de qué color tenemos pintado el baño que por cierto lo he
mirado y resulta que no tiene pintura ninguna sino lo que tiene son azulejos
aunque ahora los hacen que parecen pintados.
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luciano
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